¿Acogida?

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ELENA TERÁN.- Después de tres meses escuchando historias de voluntarios y refugiados, se ha visto que apoyar esta causa no es activismo, es humanidad. Si se lee el testimonio de Saadat o la entrevista a Gabriela Andreevska, es complicado conseguir que el corazón siga impasible. Unos días antes de escribir esta entrada, ha ganado Trump en Estados Unidos, ha ganado su política de rechazo a lo diferente, de cerrar fronteras y de expulsar a los musulmanes. En Alemania el AfD (partido euroescéptico contrario a la acogida de refugiados) gana adeptos con una fuerza espectacular, y en España, aunque haya carteles de apoyo a los refugiados en los ayuntamientos y mucha movilización, no se acoge a más refugiados. Cuando se empezó este blog, dijeron que era mejor no posicionarse y permanecer en la neutralidad, pero hay una crisis internacional, personas que se quedan sin hogar y, a veces, sin vida. Claramente cada país tiene que ver cuánto puede asumir, pero las cifras que se manejan en Europa occidental son irrisorias, en junio de 2016 España  no llegaban a 600 los refugiados acogidos, mientras que en sólo cinco países de Oriente Próximo (Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto) había en febrero más de 4,5 millones de refugiados sirios.

¿Y por qué no se acoge a más? Los ayuntamientos ponen carteles gigantes con frases esperanzadoras: Refugees, welcome. Casi nadie quiere acoger en el fondo. ¿Para qué traer refugiados a un colegio en Mutilva si no van a poder salir de ahí? Y no, no es que estén presos, es que nadie quiere alquilarles una casa, todas las inmobiliarias cierran filas, y los arrendadores tienen miedo. Muchas personas se pueden plantear por qué el Gobierno de Navarra no cede pisos de alquiler más bajo a estas personas. Pero para ello debería saltarse las listas de espera de otras muchas personas, españolas o inmigrantes, en situaciones económicas complicadas, lo que generaría probablemente un rechazo aún mayor hacia los refugiados de una parte de la población. El gobierno no puede solucionarlo todo, también las personas que conforman la sociedad deben actuar.

Como dice Gabriela en un punto de la entrevista, a ellos les asusta Europa porque no la conocen y piensan que es hostil. Y como para no pensarlo, cuando ante una crisis humanitaria de esa magnitud construimos muros y no hospitales. Pero a nosotros también nos asustan ellos, porque no los conocemos.

Estos meses hemos podido conocer más y mejor, y aunque las entrevistas no hayan sido tantas como hubiésemos querido por falta de tiempo, hemos conseguido contar historias y ver un poco de lo que ha pasado. Y no dejo de preguntarme, ¿acogida? Cuando se acoge a alguien se le abren las puertas de casa. En Pamplona hay magníficos ejemplos de eso, como la labor de Cruz Roja, la iniciativa de Aunom, el colegio Luis Amigó (donde están acogidos algunos de ellos en Mutilva), Beauty for refugees… Pero queda mucho por concienciar, para que Hadel y Jalal sientan que ya han llegado casa después de haber pasado por dos exilios (de Palestina y de Siria).

No me quedo con una imagen negativa del tema, sino con la idea de que hace falta tiempo. A veces los acontecimientos y las reacciones van más rápido que la reflexión (como ha podido pasar en Estados Unidos o está pasando en Alemania), pero con tiempo y esfuerzo se puede concienciar a una sociedad de la importancia de la humanidad. Este blog no trata de convencer, sino de, con la verdad, abrir los ojos a una realidad ajena a nosotros.

 

 

Testimonios de los voluntarios con refugiados en Pamplona

En comunidad

Foto destacada: Excursión del grupo de Aunom por en centro de Pamplona. ANTONIO GARCÍA

  • Santiago Martínez: «lo importante es que ellos me ayudan a ser mejor»
  • Isabel Fernández: «¡Y es increíble cómo agradecen las pocas horas que sacamos, cada uno de los del grupo, para ayudarles de la forma que sea!»
  • Santiago de Navascúes: «Ellos necesitan gente que les integre y les dé consejo en esta sociedad tan distinta a la suya»

ELENA TERÁN.- El programa de voluntariado con refugiados en Pamplona ha ido creciendo desde septiembre. Hay un grupo de whatsapp entre voluntarios y refugiados que ya suma 78 personas. Aunque no todas sean asiduas a los planes, solo tener a alguien que conteste a los mensajes, les haces sentirse integrados. Hemos hablado de la experiencia de Saadat, y de la de Youssef, pero también hemos querido saber cómo se sentían los voluntarios que han compartido sus historias en Pamplona. Cuando contamos la historia de Gabriela Andreevska, la voluntaria macedonia, algunos de los voluntarios nos enviaron sus percepciones, que os ponemos a continuación:

Santiago Martínez, doctor en Historia Contemporánea y coordinador de Aunom: “Nunca pensé que tendría amigos sirios, azeríes, iraquíes, cameruneses… Ahora que han llegado a Pamplona y he escuchado sus historias, conozco el mundo mejor que hace unos meses. Pero no solo sé más. En realidad, lo importante es que ellos me ayudan a ser mejor. Suena cursi, pero es verdad”.

Elena Bustamante, estudiante de 5º de Historia y Periodismo en la Universidad de Navarra: “Para mí ser voluntaria del proyecto de Aunom es algo más que el simple voluntariado. No es quedar con personas desconocidas y enseñarles español, al final supone forjar una amistad, una pequeña comunidad con los refugiados. Sinceramente, he hecho muchos voluntariados a lo largo de mi vida, y esta experiencia ahora no es tanto un voluntariado como una oportunidad de conocer historias y personas increíbles, y simplemente, tomar un café”.

Santiago de Navascúes, doctorando en Historia en la Universidad de Navarra. “La experiencia de conocer y tratar a gente refugiada me ha obligado a poner rostro a una tragedia que, habitualmente, sentimos lejana. Son tantas las tragedias y el abuso de la información, que cuesta hacerse cargo de lo que realmente sucede. Aquí, en Pamplona, hay refugiados. Hay gente que apenas sabía esto. Es un drama que muchas veces no percibimos.

Poder estar con ellos ha sido una suerte. He conocido a gente muy buena en una situación muy difícil y he podido ayudarles mínimamente con un poco de tiempo. Ellos necesitan gente que les integre y les dé consejo en esta sociedad tan distinta a la suya. Muchos de ellos, además, están lejos de sus familias, y los voluntarios se convierten en una especie de familia para ellos. También los voluntarios reciben mucho, porque tenemos la oportunidad de conocer culturas distintas y gente con una visión del mundo muy diferente. La experiencia es positiva desde todos los puntos de vista”.

Teresa Reina, estudiante de 4º de Periodismo e Historia de la Universidad de Navarra. “Cuando empecé de voluntaria en Aunom era una sola la idea que tenía en mi cabeza: esta es mi oportunidad de cambiar las cosas, de ayudar de verdad a las personas que están viviendo el drama de la guerra. Pues bien, después de haber conocido a los refugiados me doy cuenta de que esa labor de voluntariado está siendo real, sí, pero más real aún es el hecho de que ellos me están enseñando un modo diferente de ver el mundo y de valorar aspectos de la vida cotidiana que en occidente están pasando a un segundo plano como son la familia, la religiosidad… Es algo que nunca olvidaré”.

Joana Escamilla, médico residente en la Clínica de la Universidad de Navarra. “El conocer a las personas que han venido refugiadas a España ha hecho que deje de pensar en refugiados y piense en un nombre y la historia que tienen detrás. Ha humanizado un conflicto  intensamente mediatizado, pero poco comprendido. El conocer la historia personal de cada uno hace que entienda un poco más la realidad que se vive”.

José Manuel Cuevas, estudiante de 4º de Periodismo e Historia de la Universidad de Navarra. “Compartir con los refugiados ha sido algo muy especial para mí porque, como no soy español, no los veo como extranjeros que llegan a mi país, sino como personas comunes y corrientes que también llegaron aquí, aunque por causas muy diferentes. Esa empatía me abrió las puertas con ellos para ayudarles en su adaptación a Pamplona y para hacer un intercambio cultural sumamente enriquecedor”.

Isabel Fernández Acín, estudiante de 5º de Derecho y Ade de la Universidad de Navarra. «Llevo dos semanas, junto con otros 4 voluntarios, intentando ayudar a Hadel y Jalal, y sus 3 hijos, a encontrar un piso en Pamplona. Jamás imaginé que fuese tan difícil encontrar una vivienda de 3 habitaciones por un importe de 720 € al mes. Éste importe está asegurado por nuestro gobierno, ASEGURADO; va directo de las arcas del Estado a la cuenta del propietario del piso… Pero es muy duro ver que la gente no se fía del gobierno, no creen en esta garantía… ¿O no creen en Hadel y Jalal por ser refugiados?

Llevamos acumulados más de 24 noes, y sabemos que llegarán muchos más, pero seguimos luchando. Hadel y Jalal siguen luchando, siguen manteniendo la esperanza… Pero es difícil ver como las innumerables puertas a las que llamas se cierran.

No sé si son prejuicios, falta de credibilidad, desconfianza, escasez en la oferta de pisos para alquilar… No sé si son ellos y yo que nos expresamos mal, o el de la inmobiliaria que no consigue transmitir efectivamente el mensaje al propietario… No sé ni quién ni qué puede ser el causante de nuestra temporal derrota en esta búsqueda…

Lo único que sé es que una madre y un padre, que han venido a España con sus 3 hijos, llevan más de 3 meses buscando piso en Pamplona. Se sienten rechazados, cansados, abatidos…. Ellos no eligieron esto, tenían una vida plena antes… Se esfuerzan y luchan cada día…

¡Y es increíble cómo agradecen las pocas horas que sacamos, cada uno de los del grupo, para ayudarles de la forma que sea!  Es increíble la fortaleza que tienen, aunque atisbes la desesperanza en sus ojos cuando reciben el 6º no de la tarde, siguen andando a la siguiente puerta con una sonrisa».

 

Cómo gestiona Europa la crisis humanitaria

En contexto

Foto destacada: Foto libre de derechos obtenida de Pixabay.

  • La guerra de Siria ha generado un número estimado de 5 millones de desplazados
  • El número de personas desplazadas de sus hogares como consecuencia de los conflictos y la persecución en sus países de origen ha superado los 65 millones por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial
  • España debe acoger a casi 18.000 refugiados antes de septiembre de 2017

ANTONIO GARCÍA .- “Hasta el 26 de septiembre y con cifras del Ministerio del Interior, habían llegado a España 328 solicitantes de asilo reubicados desde Italia (50 personas) y Grecia (348)”. Así abría una noticia Expansión hace apenas una semana. Hace algo más de dos, concretamente el 21 de octubre, Efe había informado de que, hasta ese momento, se había “concretado la acogida de unas 600 personas solicitantes de asilo de las que, aproximadamente la mitad, lo ha hecho vía reubicación, es decir, procedentes de Grecia y de Italia y, la otra mitad, vía reasentamiento desde Líbano y Turquía”. Sin embargo, estas cifras puede que no nos digan nada. ¿Son muchos o pocos los refugiados llegados a nuestro país?

Como dato para aportar contexto, es bueno saber que solamente la guerra de Siria ha generado un número estimado de 5 millones de desplazados, personas que se han visto obligadas a dejar sus ciudades (y, en algunos casos, incluso su país) por motivos bélicos. Otro dato a tener en cuenta, este facilitado por ACNUR, es que el número de personas desplazadas de sus hogares como consecuencia de los conflictos y la persecución en sus países de origen ha superado los 65 millones por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Como informó el pasado 24 de octubre El Diario, el Parlamento cántabro advirtió, tras señalar que en el caso de Grecia solo se ha cumplido el 6% de los compromisos de reubicación, que a este ritmo «se tardarían 16 años en cumplir los compromisos de reubicación».

Los compromisos de España

Lo cierto es que uno de los mayores desafíos del gobierno español en materia internacional, si no el más urgente, es dar cumplimiento a los compromisos alcanzados con la Comisión Europea en materia de acogida de refugiados. Según estos compromisos (fruto de los acuerdos alcanzados en los sucesivos consejos europeos celebrados en 2015 para intentar atajar la crisis humanitaria actual), España debe acoger a casi 18.000 refugiados antes de septiembre de 2017; 1.400 de ellos procederían de campos de refugiados en países de primera acogida, principalmente Turquía, y el resto de suelo europeo.

Los refugiados acogidos en nuestro país pasan a formar parte del sistema español de Acogida e Integración de solicitantes y beneficiarios de protección internacional, que les ofrece la permanencia en un centro de acogida, bien del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, bien de alguna ONG subvencionada por el Gobierno. En ellos, tal y como informó La Opinión de Murcia, “se garantiza alojamiento, manutención, asistencia jurídica, asistencia psicológica, atención social y asesoramiento, además de acompañamiento a centros escolares, sanitarios y sociales públicos”. Además, se les “enseña el idioma y habilidades sociales básicas, orientación e intermediación para la formación profesional y la reinserción laboral, actividades culturales y ayudas económicas”.

La Unión Europea ante la crisis humanitaria

La distribución de estos desplazados por la guerra de Siria y por otros conflictos bélicos mundiales se pactó, como ha sido mencionado, en sucesivos consejos europeos celebrados el año pasado. La Comisión Europea, de hecho, diseñó dos programas complementarios para tal reparto, tal y como explica El Mundo. Por un lado, el de reasentamiento, por el que los Estados Miembros acogerían a más de 22.000 personas que están fuera de la UE (fundamentalmente en lugares como Líbano, Jordania o Turquía). De esa forma, además, se pretendía evitar la entrada ilegal de posibles desplazados, emigrantes y solicitantes de asilo. Mediante el segundo programa, el de reubicación, la Comisión intentó imponer cuotas obligatorias para redistribuir a 160.000 personas ya llegadas a Europa (localizadas principalmente en Hungría, Grecia e Italia). No obstante, la negativa a aceptar el acuerdo por parte de algunos socios europeos como Hungría o Austria hizo fracasar el sistema.

Actualmente, hay países con los deberes todavía por hacer. A fecha de 3 noviembre, según informó El Nacional, Bulgaria sólo había acogido a 6 personas y Eslovaquia a 3. En el conjunto de la Unión Europea, según este medio, de los 182.000 refugiados aceptados, sólo habrían llegado 17.960 a fecha de 3 de noviembre, algo menos de un 10%.

Iniciativas solidarias

Ante este panorama, se podría pensar que es realmente difícil cumplir los plazos establecidos y dar acogida a tiempo al ingente número de desplazados a nivel mundial. Sin embargo, no todos son malas noticias ni se debe caer en el pesimismo. Lo cierto es que, en varios países europeos, se están poniendo en marcha iniciativas para que la integración de los refugiados que llegan a suelo europeo sea lo más rápida y fácil posible. Una de estas iniciativas es el proyecto Befriending. Integrado por un grupo de socios y donantes del Comité español de ACNUR, este proyecto “se dirige a personas que se han visto obligadas a huir de sus países por la guerra y la persecución y su objetivo es fortalecer su integración a través de la sociedad civil y el voluntariado”, según informó la portavoz de ACNUR en España, María Jesús Vega, el pasado 28 de octubre.

Según Vega, ACNUR puso en marcha por primera vez el proyecto de Befriending en Malta en 2014 y en España fue implementado al año siguiente, hasta ahora únicamente en Madrid. “En Befriending entre 2 y 4 voluntarios ofrecen su tiempo a una familia o persona refugiada con la que realizan con cierta regularidad actividades culturales, practican español, comparten ocio y tiempo libre y terminan en muchos casos forjando amistad”, explica la portavoz de ACNUR en España. La idea es que los mentores del proyecto sean “agentes de movilización que abrirán a estos refugiados un mundo de posibilidades a través de su entorno familiar y de amistades. Caminarán a su lado, pero no por delante de ellos; les ayudarán a tomar decisiones pero sin adueñarse de sus procesos personales”, en palabras de Vega.

Algo parecido ha puesto en marcha AUNOM en la Universidad de Navarra con su proyecto solidario de ayuda a la integración de refugiados. A pesar de no contar con muchos medios materiales, lo más importante es contar con el medio inmaterial más importante: el tiempo. En AUNOM lo saben, y por eso sus voluntarios dedican parte de su tiempo semanal a la ayuda de la integración de los refugiados llegados a Pamplona. Porque si el proyecto de gestión de la crisis humanitaria a nivel mundial no se ha solucionado en cuanto a la cantidad de personas acogidas, algunos se empeñan en que la calidad de dicha acogida sí que esté a la altura.

Conociendo el idioma

En imágenes

ANTONIO GARCÍA.- Unos días después de su último encuentro, el sábado 22 de octubre varios voluntarios de AUNOM (Agrupación Universitaria por Oriente Medio) organizaron una reunión con los refugiados que quisieran mejorar su español. El resultado fue gratificante para todos y más de un voluntario acabó aprendiendo algo de árabe. Para los refugiados sirios e iraquíes fue una oportunidad más de poder integrarse en la sociedad que les acoge, así como una ayuda extra en su aprendizaje de la lengua castellana.

Los refugiados trataron de mantener conversaciones en español con los voluntarios, aunque en algunos momentos hubo que recurrir al inglés. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Los refugiados trataron de mantener conversaciones en español con los voluntarios, aunque en algunos momentos hubo que recurrir al inglés. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Las clases de español estuvieron salpicadas de clases de árabe y, en algunos momentos, los refugiados cambiaron los roles con los voluntarios. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Las clases de español estuvieron salpicadas de clases de árabe y, en algunos momentos, los refugiados cambiaron los roles con los voluntarios. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Algunos de los refugiados trataron de enseñar árabe a los voluntarios. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Algunos de los refugiados trataron de enseñar árabe a los voluntarios. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Varios voluntarios intentaron escribir su nombre en árabe, algunos con más éxito que otros. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Varios voluntarios intentaron escribir su nombre en árabe, algunos con más éxito que otros. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Mohammed, ciudadano sirio, fue uno de los que más se interesó por escribir en árabe y en español como modo de mejorar el idioma. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Mohammed, ciudadano sirio, fue uno de los que más se interesó por escribir en árabe y en español como modo de mejorar el idioma. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Algunos de los refugiados hablan el castellano realmente bien, como es el caso de Jacques (izquierda), mientras a otros, como Feras (derecha), les cuesta más. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Algunos de los refugiados hablan el castellano realmente bien, como es el caso de Jacques (izquierda), mientras a otros, como Feras (derecha), les cuesta más. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Tras unas dos horas de conversación, los refugiados propusieron dar un paseo por Pamplona. En la imagen, el coordinador de la actividad Santiago Martínez (izquierda) y los refugiados Jacques (centro izquierda), Abdul Khader (centro derecha) y Youssef (derecha). ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Tras unas dos horas de conversación, los refugiados propusieron dar un paseo por Pamplona. En la imagen, el coordinador de la actividad Santiago Martínez (izquierda) y los refugiados Jacques (centro izquierda), Abdul Khader (centro derecha) y Youssef (derecha). ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

El paseo por la Taconera terminó con una foto grupal de los refugiados con los voluntarios, poniendo fin a una mañana en la que cada grupo aprendió mucho, no solo de idioma, sino de humanidad. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

El paseo por la Taconera terminó con una foto grupal de los refugiados con los voluntarios, poniendo fin a una mañana en la que cada grupo aprendió mucho, no solo de idioma, sino de humanidad. ANTONIO GARCÍA / PAMPLONA

Si quieres participar en el proyecto solidario  de voluntariado con refugiados impulsado por AUNOM, o simplemente quieres conocer de primera mano qué es la Agrupación Universitaria por Oriente Medio, mándanos un mensaje y te pondremos en contacto con ella.

El precio de decir ‘no’

En primera persona

Foto destacada: El bagdadí Youssef Alrubaie se vio obligado a salir de Irak por la presión de grupos terroristas. Foto cedida por Youssef Alrubaie

  • Youssef Alrubaie nació en Iraq, de donde tuvo que huir al ser presionado por grupos terroristas
  • «Me dijeron ‘tienes dos semanas para unirte a nosotros’. Por eso salí de Bagdad»
  • Llegó a Europa por mar, donde naufragó y fue rescatado por la policía griega

ANTONIO GARCÍA.– Tengo frías las manos, a pesar de que la tarde es agradable. Miro el reloj con impaciencia. Debería estar aquí, pero aún no ha llegado. También puede ser que sea yo el que no está en el lugar correcto. Le he llamado al móvil, pero suena lo que parece un buzón de voz en árabe, por lo que me planteo seriamente darme la vuelta y volver, resignándome a dejar la entrevista para otro día. De repente, noto como una voz alegre, que suena a sonrisa, me llama desde atrás con acento extranjero. Me doy la vuelta y, efectivamente, allí está. Es un hombre delgado, de unos 30 años, con pelo muy corto y barba no muy espesa. Viste zapatillas, pantalón largo marrón, camiseta veraniega y una chaqueta más elegante. No es muy alto, y su mirada es afable y cálida. Su nombre es Youssef Alrubaie y, a pesar de lo que se podría pensar de él por su amplia y sincera sonrisa, su vida no ha sido cómoda ni fácil.

Youssef nació en Iraq, donde ha vivido toda su vida. Huérfano de padre desde pequeño, vivió con su madre y su hermano en Bagdad hasta que se fue a estudiar a la Universidad de Kufa, en Nayaf. Estudió Economía y Gestión (Economics and Management) durante 5 años. “En Nayaf no había guerra, la situación era tranquila. No era así en Bagdad. Allí ibas al mercado y ¡boom!, podía explotar una bomba. Yo he visto morir a muchos amigos en Bagdad”, me dice con rostro serio. Aunque el recuerdo no sea agradable, su cara refleja serenidad, como si no le asustara expresarlo en palabras.

Sin embargo, sus facciones cambian cuando me habla de su verdadera pasión, la música: “Mientras estudiaba, cantaba en ceremonias como bodas o cumpleaños para ganar algo de dinero. Canté para mucha gente, tanto en Nayaf como en Bagdad”, explica con una sonrisa de orgullosa humildad. Curiosamente, la música fue la excusa para que comenzaran sus problemas. “En Iraq hay grupos que te piden que te unas a ellos bajo amenaza de muerte. A mí me pidieron que cantara para uno de esos grupos, pero a mí no me gustaba porque sabía que mataban gente. Me dijeron ‘tienes dos semanas para unirte a nosotros’. Por eso salí de Bagdad y fui a Maysan, una zona al sur de Iraq de donde son mis antepasados”.

De Irak a Grecia

Casi sin darme cuenta, hemos llegado a la Plaza del Castillo, donde nos sentamos en un banco. Las terrazas están llenas de hombres y mujeres merendando, la plaza suena a carreras de niños. Youssef prosigue su relato. “A mí no me gustaba la vida en Iraq. No había libertad, estaba cansado de que distintos grupos violentos me buscaran para que me uniera a ellos”, exclama. Parece que se excusa por haber abandonado su país, aunque su vida allí rozara la muerte a diario.

En Maysan, Youssef vivió escondido en casa de su tío, pero sabía que esa situación no podía durar mucho. Finalmente, el pasado mes de febrero decidió viajar al norte. Se dirigió a Erbil, y de allí a Turquía. En Turquía pagó para viajar a Europa en barco, pero al llegar al puerto se dio cuenta de que había sido engañado: “En Turquía me encontré con un barco muy malo. Una persona con pistola me obligó a subirme a una barca pequeña con 48 personas –dice simulando tener una pistola con los dedos–. Yo le dije que el barco es muy malo, era de plástico, pero no pude negarme a subir”.

Su pesadilla no duró mucho, pero pudo ser el último viaje de su vida. Tras 3 horas en el mar, el motor se estropeó: “Estuvimos una hora a la deriva en el mar –explica Youssef mientras simula con los brazos el bamboleo de la barca en el mar–, y el que dirigía la embarcación nos repartió chalecos salvavidas y nos dijo que sólo nos quedaba hablar con Dios, rezar”. En ese momento dirige su mirada hacia arriba, apuntando al cielo ligeramente nuboso de Pamplona. Yo, por instinto, sigo su mirada, antes de comprender que no está mirando al azul infinito de la atmósfera, sino que está dando gracias a Dios, a Alá.

“Tras una hora, la policía griega nos detectó y nos subió a un barco más grande. Primero a los niños, luego a las mujeres, después las mochilas y, por último, los hombres. La mayoría éramos de Siria e Iraq –recuerda con pena–. Era marzo, y hacía mucho frío. Yo sólo hacía rezar, decía ‘Ayúdame, Dios mío’”. Mientras dice esto, un hombre se sienta apenas a dos metros de nosotros, en otro banco, pero Youssef no repara en él. Tiene los ojos brillantes, se ha trasladado mentalmente al Mediterráneo oriental, y yo con él.

La llegada a España

El desembarco en Grecia fue el principio del final para Youssef. El final de la guerra, de la vida a escondidas, de la huida al extranjero: “Allí nos ayudaron mucho, nos dieron la bienvenida y nos dijeron que estuviésemos tranquilos, que ya estábamos en Europa”. Sin embargo, aún quedaba un poco para el cese definitivo del viaje, y no todo era tan bueno como esperaba Youssef. “Cuando ves a la gente en Grecia, no te gusta la vida. Los niños no tienen ropa, el tiempo es diferente, con mucha lluvia. En Atenas vivía en una casa muy pequeña, completamente vacía, con otras 4 personas, por un precio de 200 euros al mes”, cuenta con un deje de dolor pero sin rencor en su voz. En esas condiciones estuvo tres meses, hasta que las autoridades le comunicaron que tenía un nuevo destino en Europa con estatus de refugiado.

“Muchos iban a Francia o a Luxemburgo. A mí fue España la que me aceptó. Ahora estoy feliz, porque tengo una solución para mi vida”, me confiesa con una sonrisa de oreja a oreja. Se nota que hablar de España es como hablar del paraíso para Youssef. Tras tantos meses sin casa, errando por países desconocidos, finalmente tenía un lugar en el que poder instalarse. En junio tomó un avión a Madrid, y del aeropuerto recuerda que había muchos periodistas: “En Madrid había mucha gente con cámaras, haciendo fotos para el periódico”. Una vez en nuestro país, la policía española le tomó las huellas dactilares antes de enviarlo a Pamplona, ese mismo día.

Ahora vive en un piso facilitado por Cruz Roja con otras 5 personas, dos sirios, un iraquí y dos africanos. Su familia sigue en Iraq, y él sigue en contacto con ellos: “Mi hermano me pregunta qué tal vivo aquí. Me pregunta si he visto a Cristiano o a Messi –dice riendo–. Pero mi hermano no ha estudiado en la Universidad. Él trabaja como cámara, grabando videoclips en Iraq”. Cuando le pregunto si su hermano tiene intención de viajar a Europa como hizo él mismo hace unos meses, su respuesta me hace ver lo diferentes e iguales que pueden ser dos personas a la vez: “Mi hermano no es feliz en Iraq, porque hay guerra y ve gente morir, pero él ama Iraq y piensa que si le llega el día de morir, lo aceptará”.

Proyectos de futuro

En España, Youssef no tiene permiso de trabajo, pero por las mañanas acude a clase de español. “Para mí no es un idioma muy difícil, porque tiene las mismas letras que el inglés –confiesa–. Además, el español tiene 4 mil palabras que vienen del árabe”. La tarde está terminando, y comienza a refrescar. Ajustándose la chaqueta y mirando las terrazas de la plaza, Youssef se relaja. “Ahora quiero trabajar en España, vivir en Pamplona, porque hay mucha gente que me ayuda aquí. Puedo trabajar de economista, pero también de albañil, de profesor de árabe… lo que sea. Hasta cantante o poeta –me asegura–. Me gusta mucho escribir, quiero escribir un libro sobre las similitudes entre el árabe y el español”.

Cuerpo joven, mente madura y alma de humanista, Youssef me ha hecho esconderme de los terroristas, viajar a tres países, naufragar en el Mediterráneo, vivir hacinado y aprender un idioma nuevo en apenas una tarde. Para él, esta aventura ha durado ya ocho meses, y aún no ha concluido. La entrevista, que había comenzado con un apretón de manos, termina con un abrazo. La agradable tarde ha dado paso a un frío anochecer, pero mis manos ya no están frías.