El precio de decir ‘no’

En primera persona

Foto destacada: El bagdadí Youssef Alrubaie se vio obligado a salir de Irak por la presión de grupos terroristas. Foto cedida por Youssef Alrubaie

  • Youssef Alrubaie nació en Iraq, de donde tuvo que huir al ser presionado por grupos terroristas
  • «Me dijeron ‘tienes dos semanas para unirte a nosotros’. Por eso salí de Bagdad»
  • Llegó a Europa por mar, donde naufragó y fue rescatado por la policía griega

ANTONIO GARCÍA.– Tengo frías las manos, a pesar de que la tarde es agradable. Miro el reloj con impaciencia. Debería estar aquí, pero aún no ha llegado. También puede ser que sea yo el que no está en el lugar correcto. Le he llamado al móvil, pero suena lo que parece un buzón de voz en árabe, por lo que me planteo seriamente darme la vuelta y volver, resignándome a dejar la entrevista para otro día. De repente, noto como una voz alegre, que suena a sonrisa, me llama desde atrás con acento extranjero. Me doy la vuelta y, efectivamente, allí está. Es un hombre delgado, de unos 30 años, con pelo muy corto y barba no muy espesa. Viste zapatillas, pantalón largo marrón, camiseta veraniega y una chaqueta más elegante. No es muy alto, y su mirada es afable y cálida. Su nombre es Youssef Alrubaie y, a pesar de lo que se podría pensar de él por su amplia y sincera sonrisa, su vida no ha sido cómoda ni fácil.

Youssef nació en Iraq, donde ha vivido toda su vida. Huérfano de padre desde pequeño, vivió con su madre y su hermano en Bagdad hasta que se fue a estudiar a la Universidad de Kufa, en Nayaf. Estudió Economía y Gestión (Economics and Management) durante 5 años. “En Nayaf no había guerra, la situación era tranquila. No era así en Bagdad. Allí ibas al mercado y ¡boom!, podía explotar una bomba. Yo he visto morir a muchos amigos en Bagdad”, me dice con rostro serio. Aunque el recuerdo no sea agradable, su cara refleja serenidad, como si no le asustara expresarlo en palabras.

Sin embargo, sus facciones cambian cuando me habla de su verdadera pasión, la música: “Mientras estudiaba, cantaba en ceremonias como bodas o cumpleaños para ganar algo de dinero. Canté para mucha gente, tanto en Nayaf como en Bagdad”, explica con una sonrisa de orgullosa humildad. Curiosamente, la música fue la excusa para que comenzaran sus problemas. “En Iraq hay grupos que te piden que te unas a ellos bajo amenaza de muerte. A mí me pidieron que cantara para uno de esos grupos, pero a mí no me gustaba porque sabía que mataban gente. Me dijeron ‘tienes dos semanas para unirte a nosotros’. Por eso salí de Bagdad y fui a Maysan, una zona al sur de Iraq de donde son mis antepasados”.

De Irak a Grecia

Casi sin darme cuenta, hemos llegado a la Plaza del Castillo, donde nos sentamos en un banco. Las terrazas están llenas de hombres y mujeres merendando, la plaza suena a carreras de niños. Youssef prosigue su relato. “A mí no me gustaba la vida en Iraq. No había libertad, estaba cansado de que distintos grupos violentos me buscaran para que me uniera a ellos”, exclama. Parece que se excusa por haber abandonado su país, aunque su vida allí rozara la muerte a diario.

En Maysan, Youssef vivió escondido en casa de su tío, pero sabía que esa situación no podía durar mucho. Finalmente, el pasado mes de febrero decidió viajar al norte. Se dirigió a Erbil, y de allí a Turquía. En Turquía pagó para viajar a Europa en barco, pero al llegar al puerto se dio cuenta de que había sido engañado: “En Turquía me encontré con un barco muy malo. Una persona con pistola me obligó a subirme a una barca pequeña con 48 personas –dice simulando tener una pistola con los dedos–. Yo le dije que el barco es muy malo, era de plástico, pero no pude negarme a subir”.

Su pesadilla no duró mucho, pero pudo ser el último viaje de su vida. Tras 3 horas en el mar, el motor se estropeó: “Estuvimos una hora a la deriva en el mar –explica Youssef mientras simula con los brazos el bamboleo de la barca en el mar–, y el que dirigía la embarcación nos repartió chalecos salvavidas y nos dijo que sólo nos quedaba hablar con Dios, rezar”. En ese momento dirige su mirada hacia arriba, apuntando al cielo ligeramente nuboso de Pamplona. Yo, por instinto, sigo su mirada, antes de comprender que no está mirando al azul infinito de la atmósfera, sino que está dando gracias a Dios, a Alá.

“Tras una hora, la policía griega nos detectó y nos subió a un barco más grande. Primero a los niños, luego a las mujeres, después las mochilas y, por último, los hombres. La mayoría éramos de Siria e Iraq –recuerda con pena–. Era marzo, y hacía mucho frío. Yo sólo hacía rezar, decía ‘Ayúdame, Dios mío’”. Mientras dice esto, un hombre se sienta apenas a dos metros de nosotros, en otro banco, pero Youssef no repara en él. Tiene los ojos brillantes, se ha trasladado mentalmente al Mediterráneo oriental, y yo con él.

La llegada a España

El desembarco en Grecia fue el principio del final para Youssef. El final de la guerra, de la vida a escondidas, de la huida al extranjero: “Allí nos ayudaron mucho, nos dieron la bienvenida y nos dijeron que estuviésemos tranquilos, que ya estábamos en Europa”. Sin embargo, aún quedaba un poco para el cese definitivo del viaje, y no todo era tan bueno como esperaba Youssef. “Cuando ves a la gente en Grecia, no te gusta la vida. Los niños no tienen ropa, el tiempo es diferente, con mucha lluvia. En Atenas vivía en una casa muy pequeña, completamente vacía, con otras 4 personas, por un precio de 200 euros al mes”, cuenta con un deje de dolor pero sin rencor en su voz. En esas condiciones estuvo tres meses, hasta que las autoridades le comunicaron que tenía un nuevo destino en Europa con estatus de refugiado.

“Muchos iban a Francia o a Luxemburgo. A mí fue España la que me aceptó. Ahora estoy feliz, porque tengo una solución para mi vida”, me confiesa con una sonrisa de oreja a oreja. Se nota que hablar de España es como hablar del paraíso para Youssef. Tras tantos meses sin casa, errando por países desconocidos, finalmente tenía un lugar en el que poder instalarse. En junio tomó un avión a Madrid, y del aeropuerto recuerda que había muchos periodistas: “En Madrid había mucha gente con cámaras, haciendo fotos para el periódico”. Una vez en nuestro país, la policía española le tomó las huellas dactilares antes de enviarlo a Pamplona, ese mismo día.

Ahora vive en un piso facilitado por Cruz Roja con otras 5 personas, dos sirios, un iraquí y dos africanos. Su familia sigue en Iraq, y él sigue en contacto con ellos: “Mi hermano me pregunta qué tal vivo aquí. Me pregunta si he visto a Cristiano o a Messi –dice riendo–. Pero mi hermano no ha estudiado en la Universidad. Él trabaja como cámara, grabando videoclips en Iraq”. Cuando le pregunto si su hermano tiene intención de viajar a Europa como hizo él mismo hace unos meses, su respuesta me hace ver lo diferentes e iguales que pueden ser dos personas a la vez: “Mi hermano no es feliz en Iraq, porque hay guerra y ve gente morir, pero él ama Iraq y piensa que si le llega el día de morir, lo aceptará”.

Proyectos de futuro

En España, Youssef no tiene permiso de trabajo, pero por las mañanas acude a clase de español. “Para mí no es un idioma muy difícil, porque tiene las mismas letras que el inglés –confiesa–. Además, el español tiene 4 mil palabras que vienen del árabe”. La tarde está terminando, y comienza a refrescar. Ajustándose la chaqueta y mirando las terrazas de la plaza, Youssef se relaja. “Ahora quiero trabajar en España, vivir en Pamplona, porque hay mucha gente que me ayuda aquí. Puedo trabajar de economista, pero también de albañil, de profesor de árabe… lo que sea. Hasta cantante o poeta –me asegura–. Me gusta mucho escribir, quiero escribir un libro sobre las similitudes entre el árabe y el español”.

Cuerpo joven, mente madura y alma de humanista, Youssef me ha hecho esconderme de los terroristas, viajar a tres países, naufragar en el Mediterráneo, vivir hacinado y aprender un idioma nuevo en apenas una tarde. Para él, esta aventura ha durado ya ocho meses, y aún no ha concluido. La entrevista, que había comenzado con un apretón de manos, termina con un abrazo. La agradable tarde ha dado paso a un frío anochecer, pero mis manos ya no están frías.

5 comentarios en “El precio de decir ‘no’

  1. Ante las opciones presentadas, no me queda más remedio que responder que «todo es posible» para quien lo desea de todo corazón. Es evidente, no obstante, que la realidad a veces es más cruda que nuestros deseos ideales, por lo que no es extraño que por razones internas o externas, a veces se frustre esa intención inicial de integración.

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